viernes, 2 de noviembre de 2018

PERDIDA 2

-Si. Se volvió Alex. Miro al hombre, era muy delgado, con el pelo y la barba completamente blancos, tenia la piel tan arrugada que parecía una pasa. Vestía unos pantalones y una chaqueta grises, con un logotipo bordado en el pecho. La muchacha calculo que rondaba los ochenta.
-He oído que quieres ir a Acosta?.
-Si, señor.
-Yo te puedo llevar, si no te importa viajar con un viejo como yo.
-No señor, no me importa.
El anciano se levanto del taburete, se metió un palillo en la boca, ando cojeando hasta la puerta donde se encontraba Alex y le tendió su mano derecha. Y Alex  la estrecho.
-Juan Candell.
-Alex . ¿Puede usted llevarme a Acosta?
-Si chaval, te puedo llevar a Acosta.
El hombre salio al exterior del establecimiento e indico a Alex que le siguiera, cruzaron el aparcamiento hasta una vieja camioneta Ford que parecía tener más años que su dueño. Juan abrió la puerta del conductor, y se volvió.
-Chaval, tendrás que subir por aquí, la otra puerta se estropeo el siglo pasado y no se ha vuelto a abrir.
La muchacha miro extrañada al anciano, mientras trepaba hasta el asiento del conductor, para luego deslizarse por el asiento, apartándose lo más posible del anciano que había subido tras ella.
Después de tres intentos, Juan consiguió arrancar el motor de la vieja camioneta y se encamino hacia la nacional 1.
-¿No eres demasiado joven para viajar tu solo?
-Tengo dieciocho. Gruño Alex.
-Si tú lo dices. El anciano miro a través del retrovisor.
-Puedo enseñarle el permiso de conducir.
-No hace falta Chaval. El hombre guardo silencio, aunque no dejaba de observar a su acompañante.
-Yo encantado de llevarte, como no tengo radio me aburro bastante.
Alex miro detenidamente, el interior de la camioneta. Estaba peor que el exterior. La guantera, estaba abierta y medio desvencijada, donde debería estar el aparato de radio asomaban cables chamuscados. El techo había sido arrancado y los asientos estaban llenos de agujeros.
-Si, mi Ford ha conocido tiempos mejores, pero el negocio no da para comprar una nueva.
-¿Qué negocio tiene? Pregunto Alex tímidamente, sucumbiendo al fin a los intentos del anciano por entablar conversación.
-Soy el dueño, de una pequeña gasolinera, jovencito. ¿Qué, vienes a hacer turismo?
-No.
-Por aquí vienen muchos turistas, a cientos, con sus enormes autobuses, vienen por los museos. Son muy famosos deberías ir a verlos jovencito…
-Yo, no soy turista.
-Entonces vienes a ver las estatuas…
-No tampoco me interesan las estatuas.
-¿Y que te trae por Acosta? Si se puede saber.
-Estoy buscando a mi abuela.
-¿Cómo se llama tu abuela? Si es vieja seguro que la conozco. Rió a carcajadas.
-Alexandra Duncan.
-Alexandra Duncan… Alexandra Duncan, no me suena, pero mi memoria ya no es lo que era, falla más que el motor de la Ford. Volvió a reírse mientras golpeaba el destartalado salpicadero de la camioneta.
-Debes pregúntale a la vieja Carmen, tiene una casa de huéspedes, seguro que tiene una habitación libre para ti.
-No tengo mucho dinero.
-No te preocupes por eso, en cuanto la vieja Carmen te vea tan escuálido, es capaz de darte habitación y comida gratis. Esa mujer recoge cualquier bicho abandonado que se encuentra.
-Yo no soy un bicho. Interrumpió Alex bastante ofendida.
-Pero, un poco abandonado si que pareces. Rió el viejo mientras se volvía para mirar a su acompañante.
-¿Cree que Carmen sabrá algo de mi abuela?
-Segurísimo, esa vieja arpía sabe todo de todo el mundo, y su memoria no falla lo más mínimo.
Al mirar por el parabrisas Alex diviso, un grupo no muy grande de casas.
-¿Eso es Acosta? Pregunto mientras señalaba al frente.
-Si chaval, eso es Acosta.
El anciano entro al pueblo y cruzo por la calle principal hacia el este, todos los edificios estaban en muy mal estado. Los locales estaban abandonados. Los pocos coches aparcados en la calle parecían tener más años que la camioneta.
-No pongas esa cara, no esta tan mal.
-Pero si parece un pueblo fantasma. Dijo la joven mientras miraba por donde iban pasando, con los ojos como platos.
-Si, la verdad es que si. Acosta conoció mejores tiempo. Dijo Juan con cierta tristeza.
-Mejores tiempos. ¿Pues debió de ser hace un siglo?
-Si más o menos. La verdad que yo no conocí esos tiempos, pero mi padre siempre me contaba, historias del tiempo en que Acosta era una ciudad prospera.
-¿Dónde puedo encontrar a Carmen?
-Ten paciencia muchacho, no me explico porque los jóvenes tenéis tanta prisa, si os queda toda la vida por delante.
 Juan aparco la camioneta junto a la gasolinera, aunque para Alex, aquello no era más que un viejo surtidor y una cochambrosa casucha, apunto de derrumbarse. CONTINUARA