Llevaba todo el día pensando en él. Hoy era su cumpleaños y quería
hacerle un regalo especial, pero no se le ocurría nada. De pronto su rostro se
iluminó y salió corriendo por la puerta, tras agarrar el bolso con
determinación.
Él se conectó a la misma hora de todas las noches. Ella no estaba aún
así que se dedicó a navegar por la red. De pronto recibió un mensaje para
aceptar un nuevo contacto. Bueno, pensó, ¿por qué no?. Veamos quién es.
En el pequeño recuadro podía ver una imagen de una habitación, una mesa
en el centro y una mujer de pie. Su pelo rubio caía en una melena larguísima y
su cara estaba oculta por un antifaz negro. Su cuerpo estaba brevemente
cubierto con un corpiño que parecía a punto de explotar, acompañado con un
liguero y unas medias por el muslo. Sus piernas, infinitas, rematadas por unos
zapatos de tacón alto. ¡Pero que demonios es esto! pensó mientras la boca se le
secaba y los ojos se le abrían como platos. Un saxofón comenzó a sonar, y ella
empezó a moverse despacio, muy despacio, dibujando símbolos ardientes con su
cuerpo. Las manos ascendieron hacia su cuello, como si tuvieran vida propia,
bajando por sus pechos, su abdomen, su vientre, deleitándose en cada paso hasta
recorrerla toda.
Absorto vió como ella se daba la vuelta apoyando las manos en la mesa.
Su trasero se ofrecía pleno como una inmensa luna llena. Subió una rodilla y
luego la otra y se colocó encima. Un ventilador revolvía su pelo. Ella comenzó
a bajar los tirantes del corpiño, y luego soltó todos los corchetes hasta dejar
la espalda al descubierto. Sólo sus manos en los pechos sujetaban la prenda. La
dejó caer y se dio la vuelta. Sobre su piel blanquísima los dos rosetones se
erguían, provocadores. Cogió unas tijeras de la mesa y de un rápido movimiento
cortó las tiras del tanga y lo tiró a un rincón.
Seguía completamente anonadado. Ahora ella estaba de rodillas, encima de
la mesa, frente a él, la cabeza inclinada hacia atrás. Comenzó a acariciarse
sin tregua, sus manos subían y bajaban sin cesar, de su boca a sus pechos, a su
sexo, en un ritmo cadencioso, acelerándose en cada viaje. Ella gemía, se
retorcía, mientras su excitación crecía y crecía… hasta que súbitamente todo
terminó. Luego, despacio, ya saciada, miró a la cámara y le dijo sonriendo
“Feliz cumpleaños”, apagándola.
Él intentó desesperadamente volver a contactar con ella, pero fue
imposible. Se quedó allí, mirando hacia la pantalla vacía, con los ojos
nublados. De pronto una ventanita parpadeante le devolvió a la realidad.
Hola, feliz cumpleaños, le dijo su amiga con una sonrisa pícara en los
labios, ¿qué te han regalado?
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